A los 43 años, el cantautor edita su noveno álbum, “La música no se toca”, que
lo encuentra en un momento muy especial de su vida: murió su madre y formalizó
un nuevo matrimonio. Una etapa del español llena de preguntas existenciales
sobre Dios, la muerte y el amor. No importa que la memoria lo enchastre y lo
deforme todo. Que el recuerdo sea una construcción, una intervención quirúrgica
y hasta una invención. El se aferra a eso, que es lo único que ahora tiene, y
trae un recuerdo como “el más cercano a la felicidad completa”: fines de los
‘60. En una mecedora María, su madre, le canta bajito “con amor de loba”. El la
mira como embrujado y en ese pestañeo se la lleva para siempre.
Cuarenta y
tantos años después, un infarto acaba de arrancarle a María, pero no “a toda
esa música que venía de ella”. En pleno análisis del verbo perder ,
Alejandro Sanz, anda haciéndose preguntas existenciales por el mundo, mientras
promociona La música no se toca , su noveno disco. “Hay que pasarle
por encima a la tristeza y continuar. Pasa que me aparecieron demasiadas
preguntas y no las puedo responder”, suelta en la opulencia roja del Hotel
Faena.
¿Qué preguntas?
¿Qué hago aquí? ¿Para qué sirve la vida?
¿A dónde vamos? Esas preguntas que siempre nos hicimos en broma. Y cuando te las
haces en serio, son jodidas.
Anda reflexivo Sánchez Pizarro -o Alejandro
Magno tal como se bautizó pretenciosamente para su debut artístico 24 años
atrás-. La primera vez que pisó Buenos Aires, el Puerto Madero al que le clava
la suela era apenas una escenografía de Volver al futuro . “Caí en un
hotel del centro, en una habitación tétrica que se pagaba en australes”, se
ríe. El futuro, ya presente, fue generoso con él. Ahora es huésped de honor de
un palacio en el que Charlotte Chantal Caniggia se pasea fresca fomentando la
cultura del champein. El español, menos estridente, prefiere la pausa y
la introspección y muestra más que un puñado de canas en esa cabeza que cumplió
43 años.
En la portada del disco estás como después de un naufragio,
aferrado a lo que te queda, el piano...Y hasta decís en un tema, “Quedará la
música cuando no haya a quien amar”. Para escribir, ¿El dolor te resulta más
productivo?
No. Las recetas tienen que llevar un poco de todo. El
dolor es fructífero, pero también la alegría. Escribir se alimenta de
sensaciones. Pero no es un naufragio el de la portada, es una pelea con las
aguas turbulentas con las que tiene que pelear la música. Y yo estoy ahí, como
protegiendo, la música no se toca, rasguñanando, abrazando el piano...
¿Los años te pusieron más intenso en la
escritura?
No. Yo escuchaba un disco antiguo mío y era muy
intenso. Siempre he sido muy intenso. Sí me puse más exigente. Más metódico.
Ahora me enfrento a la composición sabiendo cómo. Antes dejaba más librado a la
improvisación. Cuando pasó lo de mi madre, algunos cosas no estaban escritas aún
y yo no quería que el disco hablara de eso. Yo quería un homenaje, una oda a la
música. Me gusta mucho el merodeo en la escritura. Me gusta irme por las ramas.
Adornar lo que puede decirse sencillo, pero el adorno bien
puesto.
Dicen algunos críticos que en este disco das “un paso de
gigante”, que ahí están las mejores canciones de tu historia.
¿Tanto?
Quiero creer que hay un salto de calidad, pero en los
discos se nota la calidad cuando pasan los años por encima de ellos. Hay discos
que sobreviven al tiempo. Mi primer disco, 20 años después, tiene una sonoridad
que resiste. Esto de las aguas turbulentas en la portada del disco nuevo, tiene
su connotación musical. Hay homenajes a Los Beatles, a Queen, a sonidos de los
‘80, al pop, al rock.
¿Por qué ese juego de esconderte a veces en
discos de otros artistas, firmando con seudónimo, como un
fantasma?
Porque todo el mundo cuando hace ese tipo de colaboraciones
se exhibe. Pero un disco es de quien lo hace. Además, si me pongo un nombre que
no es el mío, no tengo que pedirle permiso a nadie. Y si lo que realmente
quieren los músicos es mi música, ¿Qué importa mi nombre?
¿Te fascina
la idea de volver a ser anónimo y no cargar con los prejuicios de
nadie?
A todos nos gusta meternos detrás de la cortina a espiar. En
mi último escondite, por ejemplo, toqué un solo de blues... Apaga el grabador y
te digo.
¿Fue en el disco de Joan Manuel Serrat y Joaquín
Sabina?
(Se ríe). Entonces no era tan escondite. Pero hay otros...
secretos.
Uno compara a éste Sanz con el que pagaba en australes un
hotelucho porteño en pleno ascenso musical y hay ruta recorrida, pero también
“pasó la vida”: una mudanza a Miami, un divorcio, tres hijos (uno
extramatrimonial, los tres de distintas mujeres), la muerte de su padre, y -éste
año- un nuevo duelo, el de su madre, y un nuevo casamiento (con Raquel Perera).
“Al formalizar le das cierta seguridad a los niños y está bien. No pasa nada, el
compromiso real va más allá del matrimonio”, juzga mientras mueve los tatuajes
de su brazo, trazos que para descifrarse necesitarían de un profesor de
semiótica. ¿Que te hayas vuelto a casar habla de tu
optimismo?
Quiero creer en el amor para siempre. Que hay determinados
lugares a los que no llegas si no pasas antes por otros. En las relaciones hay
paisajes que jamás vas a ver si no pasas antes por otros lugares. Si no me
gusta, tendré que volver el puente por el que entré. Y si me gusta, hago ahí mi
casita de piedra.
¿Y cómo se fomenta el amor y la familia cuando la
vida transcurre en un avión, siempre llegando y dejando lugares?
Creo
que en los tiempos que corren se puede dedicar el tiempo a lo que uno quiera.
Ahora tengo una etapa de un año y medio afuera. Y me organizo para que cada dos
meses, al menos, haya un espacio de una semana para vernos. Hay gente que todos
los días vuelve a su casa y ve a sus hijos menos que yo. Me fui a hacer un
crucero a Disney con ellos y ahí me gané un puntito para que no me metan en un
asilo. (Se ríe).
Madrileño de raíces flamencas, ostenta más seguidores
en Twitter que habitantes hay en Madrid (su cuenta superó los 7 millones). Odia
que le pregunten por la crisis española y escribe un diario que “tal vez” alguna
vez publique: “Es una biografía de emociones. Escribo sobre lo que me
provocan determinadas situaciones. El recuerdo de mi madre meciéndome y
cantándome. Sabes, mi madre María, mi padre, Jesús. ¡Y mis abuelos eran José y
María!”, lanza la carcajada.
Todo muy bíblico. ¿Qué lugar ocupa,
entonces, Dios?
Mis abuelos creían más en la Virgen que en Dios. Yo
igual. La fe es una opción complicada. He visto a Juan Luis Guerra en un avión
que parecía caerse y le digo, Tú que tienes contacto con el jefe, habla . Y el
tipo muy tranquilo me dice, Ya le he hablado. Me dijo ‘Marcos 4.40. ¿Por qué
temes? ¿No tienes fe?’ Ellos se entregan a la muerte de otra forma. Y yo tengo
que luchar contra mi cabeza que dice constantemente que Dios no existe.
Hace un año dijiste que atravesabas una tormenta de arena.
¿Hoy?
Estoy como en la portada del disco. Como llegar a la orilla.
Estoy recolectando lo que queda de la tormenta. No hubo naufragio. Perdí y
rescaté. Y quedó el piano.