Tres conciertos en el Palau de la Música de Barcelona para los que
no hicieron falta más que tres horas para vender todas las existencias de
taquilla. Incomparable marco, declarado Patrimonio de la Humanidad por la
Unesco, para contemplar a un hombre que, con su undécimo disco, La música no se
toca, continúa demostrando que es uno de los últimos baluartes de una industria
que no atraviesa sus mejores momentos, pero que él defiende desde el mismo
título del álbum: "No es una reivindicación de que no cambien las cosas, o
una forma de ir en contra de las tecnologías, ni muchísimo menos. Todos
las usamos, todos somos internautas, twiteros, facebukeros o como se diga. El
único ‘‘pero’’ que le pongo es que a veces estamos renunciando a la calidad por
la cantidad. La gente ya no escucha la música de la misma forma, sino de una
manera muy rápida, y renuncia a la calidad. Uno se mata para conseguir un sonido
grande, que se escuche con sus referencias de escuchas, y luego termina formando
parte de un móvil". Se nota que ha tomado conciencia de su papel como uno
de los actores más visibles de ese mundo que comenzó su crisis antes que el
resto. Su más reciente proeza, triple disco de platino en España: "Cuanta
más gente hay alrededor de un proyecto, más responsabilidad sientes, está claro.
Yo no quiero fallarle a nadie que está poniendo su trabajo y esfuerzo en todo
esto. Porque al final hablamos de las multinacionales como si fueran monstruos
sin cabeza, pero aquí se trata de personas que trabajan en una empresa. Aquí hay
un señor que se llama J., otro que se llama Domingo... que tienen familia, que
tienen corazón, ojos... y bueno, eso es lo que hay que tener en cuenta. Cuando
hago lo máximo que puedo para conseguir el mejor resultado, estoy cumpliendo con
mi deber, y si esas canciones tienen capacidad de emocionarme a mí, creo que
tienen capacidad de emocionar al público que lo escucha; y pongo todo mi
esfuerzo para que todo eso vaya bien. En fin, me siento responsable, pero
tampoco hasta el punto de volverme loco". Esa preocupación por el círculo
más cercano que le rodea también la suele extender a otras causas más lejanas,
colaborando de forma habitual en proyectos solidarios: "Hay que hacerlo. En
ese sentido, no tenemos mucha opción. Si no nos ayudamos unos a otros, vamos muy
mal. Cuando fui a Zimbabue con Médicos Sin Fronteras -el pasado año, para grabar
‘‘Positive Generation’’− , pude ver la energía y la valentía y la fuerza con la
que llevaban sus problemas y el día a día, con todas sus carencias y
necesidades, pero con una energía impresionante. Pues después de pasar
un tiempo allí y ver todo eso, volamos a Johannesburgo (Sudáfrica), que tiene un
aeropuerto al estilo del ‘‘Charles De Gaulle’’ de París, y lo primero que nos
encontramos es un anuncio enorme de diamantes. Me entró una cosa en el
estómago... ¡Cómo nos gusta el ‘‘brillito’’ al ser humano! Hay gente capaz de
gastarse un dineral en un diamante y después no es capaz de ayudar a
nadie".