19 jul 2013

Alejandro Sanz: “Por las causas hay que mojarse”

De los conciertos multitudinarios a la más absoluta soledad, de las inacabables noches de gira a los madrugones al alba, de la comodidad de los hoteles de lujo a vivir en las modestas casas de la comunidad Inuit. Durante ocho días, Alejandro Sanz ha guardado su guitarra y sus canciones para marcharse al Ártico en una expedición de Greenpeace, que denuncia el deterioro que está sufriendo la zona como consecuencia del cambio climático y la llegada de las compañías petroleras. Según un informe de Greenpeace, el Ártico podría quedarse sin hielo dentro de 10 o 20 años, con graves efectos sobre la población, la fauna y flora, y la economía. Solo en un lugar pérdido del mundo, como este, puede suceder que nadie conozca a Alejandro Sanz. Tiniteqilaaq es un pequeño asentamiento de cazadores y pescadores, con menos de un centenar de habitantes. Muy cerca se localiza el fiordo de Sermilik. La pared de hielo se extiende 2.400 kilómetros, de norte a sur, y cubre el 80% del país. Allí se encuentra en estos momentos el cantante que, a través de su teléfono, habló ayer con EL PAÍS. “Te voy a mandar una foto de lo que estoy viendo ahora mismo... ¡Es una maravilla! Bueno, mientras tanto, te lo cuento: tengo delante el fiordo y alrededor, cientos de iceberg que se van moviendo. Al fondo se ve el casquete polar”. La voz del cantante suena emocionada. “Ayer, cuando llegué al fiordo y vi todo esto, me di cuenta de la maravilla que es y de cómo lo estamos destruyendo. Todas las comparaciones son malas, pero yo diría que es como ver muriéndose poco a poco a un elefante”, añade. Alejandro Sanz no responde al perfil típico del famoso que se apunta a una causa para mejorar su imagen. Él se confiesa ecologista desde niño. Su madre se lo inculcó a base de pequeños gestos. “Alejandro, apaga la luz cuando salgas. Alejandro, cierra el grifo mientras te lavas los dientes”. Ahora son sus niños, Manuela, Alexander y Dylan, quienes le potencian esa conciencia medioambiental. Los tres siguen estos días, en la distancia, las aventuras de su padre. Sobre todo Manuela, que ya tiene 12 años. “Es la más comprometida. Si la llevo a un sitio de esos en que hay cabezas de toro en la pared, se pone a llorar. Tú ya sabes cómo son las niñas”.El compromiso desde un hotel de cinco estrellas no vale. Hay que mojarse y ver las cosas en directo”, dice. Él lo está haciendo estos días. Comparte un pequeño espacio para dormir con su esposa Raquel, y Cristina, una de sus ayudantes. Tiene que usar un aseo comunal en el que está la única ducha del poblado. Se alimenta solo de la comida que preparan los inuits: pescado en salazón y algo de pollo. Y pasa más de 12 horas al día visitando la zona, haciendo senderismo y hablando con la gente de los poblados. “Los científicos hacen grandes estudios, pero la gente que vive aquí explica muy bien las consecuencias del cambio climático: los inviernos son más cortos; las temperaturas, menos frías —ahora hay hasta mosquitos— y crece la hierba donde antes había hielo”. Alejandro describe el deterioro medioambiental con pasión. Lucha para que en septiembre este espacio sea declarado santuario protegido, y se prohíba la extracción petrolera y la pesca industrial. El domingo regresa a España para retomar su gira. “Vamos a Almería. ¡Menuda diferencia de temperatura!”. Esta ha sido su semana de desconexión lejos del escenario, pero su compromiso con las políticas verdes continuará en su vida cotidiana. “En casa todo se recicla, el agua también. La nueva de Madrid es de color negro para conservar más el calor. Tenemos paneles solares para el agua y la luz. En la finca de Extremadura, todo lo que cultivamos es ecológico y no usamos fertilizantes que no sean orgánicos. También estoy convenciendo a mis vecinos de la zona para que hagan lo mismo, y me están haciendo caso”. En los conciertos quedan cosas por hacer, como reciclar los residuos, pero eso, dice, depende de los organizadores. Eso sí: todas las luces que lleva en la gira son leds. El día 27 en Almería se volverán a encender.